7) La servilleta




Era la primera vez
que saldría con Luciana,
mil preguntas en la mente
alimentando mis ansias.

Recordaba aquellos ojos
con ese brillo que mata,
no pude dormir ni una hora,
llevaba en vilo mi alma.

La esperé por media hora,
y la vi a media cuadra:
el mismo rostro de niña
y esa hechizante mirada...

Improvisé algún saludo,
mi voz de pronto se apaga,
se me acercó sonriendo
y solo dije: “Luciana”...

Caminamos por las calles,
de reojo la miraba,
y un rubor sentía cuando
las miradas se cruzaban.

“Acompáñame al café”;
asintió con la mirada,
y al mirarnos frente a frente
me di cuenta que la amaba.

Entró un niño, y de repente
dijo versos a Luciana,
luego le di unas monedas
y recité estas palabras:

“Tus ojos son dos luceros,
tan redondos como el Sol,
se parecen a los ceros
que me pone el profesor”.

El niño quedó sorprendido,
Luciana rompió en carcajadas,
la gente aplaudió, y aquel niño
me pidió que lo anotara.

Tomé una servilleta,
y mientras versos copiaba,
me miraban admirados
aquellos ojos que amaba.

Las horas pasaron raudas,
la noche se hizo mañana,
de pronto, nos despedimos
en la fría madrugada.

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