1) El timbre


Hay momentos en la infancia,
que nos marcan para siempre,
unos buenos, otros malos,
pero siempre están presentes.

Era un domingo cualquiera,
me junté con mis amigos,
yo era de esos: “los ingenuos”
que obedecen a “los vivos”.

Entre juegos, travesuras,
decidimos tocar timbres,
y mi nombre fue sorteado:
¡el destino así lo elige!

Era una casa sencilla,
con una cerca de alambre,
todos esperaban prestos
para correr sin pararse.

Lo toqué, y un ruido extraño
estremeció mi esqueleto,
me zumbaron las orejas
y me desperté en el suelo.

Al recobrar la conciencia,
solo observé gente extraña
que se llenaba de asombro
por contener carcajadas.

Aquel “timbre” que tocara
estaba en mantenimiento,
y unos ciento veinte voltios
atravesaron mi cuerpo.

Y fue entonces cuando vi
una niña, como un ángel,
con una trenza en el pelo,
vestido blanco de encaje.

Alrededor de ocho años.
-ocho también yo tenía-
sus ojos dieron comienzo
a mi esclavizada vida.

Fue un tatuaje en el alma,
que no lo borró ni el presente,
ni el pasado, ni el futuro,
tal vez tampoco la muerte...

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