0) Los Ojos de Luciana - Prólogo

Aún recuerdo aquel día en que por vez primera
contemplara sus ojos de un extraño mirar,
me quedé boquiabierto sin que yo lo quisiera,
esperaba la muerte en aquel contemplar.

Aunque eran cafés, esos ojos mortales,
como tantas personas que conoces sin más,
era el brillo o la forma, que los hizo especiales
¡olvidarlos por años no he podido jamás!

En inútil esfuerzo he querido alejarme,
el destino no quiso que la logre olvidar,
ni el Virgilio de Dante consiguiera guiarme,
en el cielo de ojos que yo pude mirar.

Y aun siguiendo mi vida, aparece en un sueño,
como un ángel silente que me viene a cuidar,
a cantarme canciones de cuando era pequeño,
a robarme sonrisas mientras llego a soñar.

Es a esa Luciana a quien siempre le escribo,
a quien tarde o temprano miraré de verdad,
y sus ojos oscuros otra vez me harán vivo,
aunque sé que al mirarlos moriré sin piedad.

1) El timbre


Hay momentos en la infancia,
que nos marcan para siempre,
unos buenos, otros malos,
pero siempre están presentes.

Era un domingo cualquiera,
me junté con mis amigos,
yo era de esos: “los ingenuos”
que obedecen a “los vivos”.

Entre juegos, travesuras,
decidimos tocar timbres,
y mi nombre fue sorteado:
¡el destino así lo elige!

Era una casa sencilla,
con una cerca de alambre,
todos esperaban prestos
para correr sin pararse.

Lo toqué, y un ruido extraño
estremeció mi esqueleto,
me zumbaron las orejas
y me desperté en el suelo.

Al recobrar la conciencia,
solo observé gente extraña
que se llenaba de asombro
por contener carcajadas.

Aquel “timbre” que tocara
estaba en mantenimiento,
y unos ciento veinte voltios
atravesaron mi cuerpo.

Y fue entonces cuando vi
una niña, como un ángel,
con una trenza en el pelo,
vestido blanco de encaje.

Alrededor de ocho años.
-ocho también yo tenía-
sus ojos dieron comienzo
a mi esclavizada vida.

Fue un tatuaje en el alma,
que no lo borró ni el presente,
ni el pasado, ni el futuro,
tal vez tampoco la muerte...

2) Amigos


Después de ese día,
mi vida cambió,
nunca más volví a ver el sol
de la misma manera,
la luna y las estrellas solo servían
para inventar nuevas constelaciones
formando su nombre:
“Luciana”.

En las pruebas del colegio
llegué a poner su nombre
en lugar del mío,
y creía que todos me llamaban así,
y no me importaba.

Siempre buscaba alguna excusa
para pasar por su casa,
coincidía cuando ella iba al parque,
y mis días más felices
fueron aquellas coincidencias,
esa forma diferente y exacta
de mirarla,
indescriptible sería la definición
de mis ojos al verla;
y es que el mundo no interesaba
cuando estaba con ella.

Fui su mejor amigo por años,
sin que ella lo supiera,
sin dirigirle una palabra,
sin confesar de alguna forma
lo que sentía.

Y es que cuando encuentras un ángel
no sabes qué decirle;
solo admiras su perfección,
solo rezas por ella cada noche,
porque algo en tu interior,
te dice que es inalcanzable.

3) Arrebol

Por años fui su amigo que siempre la apoyaba,
de lejos la seguía, sus pasos yo cuidaba,
vigilaba su casa, iba donde ella fuera,
fui feliz a su lado, sin que ella supiera.

Ser feliz duró poco, así quiso el destino,
y pronto una mañana me dejó sin camino,
mi Luciana viajaba, tal vez no la vería,
mi corazón seguro, sin ella rompería...

Se estremeció mi cuerpo, me invadió la tristeza,
de que solo un recuerdo me quede en la cabeza.
Aquellos ojos bellos que tanto idolatraba,
quizás deje de verlos sin saber que la amaba.

Partió sin despedirse, y es la vida tan cínica,
que donde ella viviera hoy sea una clínica,
donde todas las tardes contemplo el arrebol,
cuando con densas nubes raudo se oculta el sol.

¿Cómo decirle a un hombre que halle su fe perdida?,
que detrás de las nubes se esconderá su vida?
¿Cómo decirle a un hombre, que halle por fin la calma,
si se murió por dentro y desgarró su alma?

4) Cartas

Recuerdo las cartas, que yo le escribía,
de noche, de día,
dibujos, poemas, amor en exceso;
dejaba las cartas bajo su ventana,
y cada mañana,
aquellas palabras le daban un beso.

Fueron varios miles
las cartas que hice por muchos abriles.
De pronto se fue, y mi vasto numen
se quedó frustrado;
pero todos saben que un enamorado
no deja que nunca sus sueños se esfumen.

Entonces mis cartas se hicieron poemas,
rompieron esquemas,
¿Y acaso Luciana tal vez no los lea?
Pero eso no importa,
aunque un ave tenga un ala muy corta
no pierde jamás del vuelo la idea.

Y así le escribí, guardando el recuerdo
de sus bellos ojos, donde aún me pierdo,
su extraño color,
su brillo incierto,
a veces parece que sueño despierto
de un sueño muy loco, de un sueño de amor.

5) El otro




Pasaron los años y seguí escribiendo,
yo la recordaba jugando y riendo,
sus ojos cafés que tanto admiraba,
en rostros ajenos también los miraba.

A veces tenía mil presentimientos
que otro le escribía poemas y cuentos,
que alguien más amaba esos bellos ojos,
llenando mi vida de celos y enojos.

Entonces opté por dejar de lado
mis sueños absurdos, como enamorado
por alguien que nunca supo que existía
un admirador, de noche y de día.

Continué mi vida, no iba a ser sencillo
derrumbar tus sueños, romper tu castillo,
quedarte sin reina, sin alfil, sin torre...
¡que todo al final por siempre se borre!

El otro, que ahora, con ella soñaba
quizás sea alguien que también la amaba,
los ojos que noches dediqué en desvelo,
estaban lejanos, más allá del cielo.

“Que sean felices”, siempre repetía...
Y entonces pasó... recuerdo aquel día;
una invitación para ser su amigo
llegaba a mi Facebook... ¿jugaban conmigo?

No pude creerlo... era mi Luciana,
temblé al aceptar, aquella mañana,
que todo mi amor se mantuvo intacto,
y en ese momento, me hice su contacto.

6) El hilo rojo


Al día siguiente de encontrarla,
mientras revisaba su perfil,
se conectó,
y no supe qué decir.

Improvisé un saludo,
luego de varios minutos contestó,
fue mágico...
pude reafirmar mi amor.

Me explicó que buscaba
personas de su niñez,
y que por medio de amigos
se encontró con mi Face.

Hablamos por un buen rato,
todo lo hacía reír,
cada instante que pasaba
se parecía más a mí.

Era adicta a la música,
y así como yo,
cerraba los ojos
para disfrutar una canción.

Decíamos muchas frases
los dos a la vez,
era como un guion repetido
al derecho y al revés.

El hilo rojo del destino,
parecía unirnos a los dos,
almas gemelas que se encuentran
contra toda predicción.

Pensaba que mi sueño era posible,
y mi Luciana por fin,
algún día tocaría mi mano
para hacerla feliz.

Con mucha timidez le propuse
invitarle un café,
accedió sin dudar un instante
el sábado a las tres.

Pensé que tal vez el destino
nos deseaba juntar,
y por nada del mundo perdería
esta oportunidad.

Era un sueño... por fin estaría
frente a aquella mujer,
que con solamente una mirada
siempre me tuvo a sus pies...

7) La servilleta




Era la primera vez
que saldría con Luciana,
mil preguntas en la mente
alimentando mis ansias.

Recordaba aquellos ojos
con ese brillo que mata,
no pude dormir ni una hora,
llevaba en vilo mi alma.

La esperé por media hora,
y la vi a media cuadra:
el mismo rostro de niña
y esa hechizante mirada...

Improvisé algún saludo,
mi voz de pronto se apaga,
se me acercó sonriendo
y solo dije: “Luciana”...

Caminamos por las calles,
de reojo la miraba,
y un rubor sentía cuando
las miradas se cruzaban.

“Acompáñame al café”;
asintió con la mirada,
y al mirarnos frente a frente
me di cuenta que la amaba.

Entró un niño, y de repente
dijo versos a Luciana,
luego le di unas monedas
y recité estas palabras:

“Tus ojos son dos luceros,
tan redondos como el Sol,
se parecen a los ceros
que me pone el profesor”.

El niño quedó sorprendido,
Luciana rompió en carcajadas,
la gente aplaudió, y aquel niño
me pidió que lo anotara.

Tomé una servilleta,
y mientras versos copiaba,
me miraban admirados
aquellos ojos que amaba.

Las horas pasaron raudas,
la noche se hizo mañana,
de pronto, nos despedimos
en la fría madrugada.

8) Siempre


Esa magia existente entre seres humanos,
nos envuelve en hechizos que no puedo explicar,
comprendiendo el silencio si tocaba sus manos,
sin usar las palabras nos pudimos hablar.

Desde entonces mi vida dependía de ella,
un latido, un suspiro, por completo mi ser,
en mi oscuro destino parecía una estrella
que auguraba el retorno de algún amanecer.

Yo la amé mas que a nada, y desde ese momento,
prometí acompañarla sin tener un final,
dedicarle oraciones con total sentimiento
para siempre, y por siempre, protegerla del mal.

¡Qué vacía promesa! ¡Juramento imposible!
Cuando ofreces acciones que dependen de dos,
albedrío impotente, ironía increíble,
que tu amargo futuro quede en manos de Dios.

"siempre estaré contigo", se lo dije de frente,
"seré alfombra en tu piso, en tus sombras la luz,
tu bastón, tu consuelo, tu más fiel confidente,
el que cargue a tu lado en su hombro tu cruz"...